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Marismas y Lagunas. Paso del invierno a la primavera

Marismas y lagunas

Empezamos en el mismo punto donde moría el río anterior, al desbordarse y anegar las marismas.

En invierno, las marismas son una vasta planicie encharcada, un paisaje carente de perfiles o resaltes. En los amaneceres nublados y cubiertos de bruma, el cielo y el agua se confunden las voces de los miles de aves que allí se encuentran. Graznidos, parpar de patos, siseos de alas de las bandadas en vuelo, capoteos constantes y por todas partes… Una focha corre sobre la superficie del agua. Entre todo este tráfago predominan los ánades azulones, pero también podemos localizar los silbidos y risas de las cercetas.

Un pato cuchara ameriza. Varios ánades rabudos lanzan sus silbados mientras nadan en círculos. El ánade silbón hace honor a su nombre, aunque más que silbar, suspira.

Pero el invierno es la estación de los gansos grises, los ánsares silvestres. Al atardecer, las bandadas empiezan a regresar. Primero son algunos adelantados, que lanzan sus gritos. Después se suman otros, y muchos más. El crepitar de las alas en vuelo batido es el preámbulo de la llegada de cientos, miles de ellos. Grandes aves grises vociferando sobre un cielo también gris. El griterío es ensordecedor. En unos minutos el aire de las marismas, el agua, los lucios y paciles están cuajados por la algarabía de estas aves.

La voz lastimera de las avefrías introduce la primera. Las ranitas meridionales croan por millares, semienterradas entre los limos de las aguas someras. Y el calamón, la extreña gallina de los cañaverales, empieza a toser y gruñir. En los próximos minutos dejará oir todo tipo de gruñidos, bufidos y estornudos, mientras la vida, el sonido del mundo oculto de la espesura, continúa.

Es noche cerrada. Muy cerca, dos zampullines reclaman nasalmente, unos pitidos fuertes y simples que contrastan con su relincho habitual. Una lechuza pasa por encima.

Parece un insecto, pero no lo es. Esta estridencia, similar a la producida por un grillo al hacer entrechocar sus élitros, sale, en realidad, de la garganta de un pájaro diminuto y tenaz: la buscarla unicolor, habitante de los más enmarañados carrizales.

Un silbido, otro más y una dulce y apresurada melopea: una bandada de archibebes comunes recorre incansable las orillas enfangadas.

Un suave lluvia alborota la lámina de agua. Las avocetas y los porrones comunes se animan. Y de la lluvia brotan también los quejidos hondos y profundos de los flamencos. Y más cerca, el matraqueo continuo de los carriceros tordal y común, pájaros, claro está, de los carrizos.

En una laguna cercada por espesa vegetación palustre, tiene lugar el cortejo de la malsavia. Empieza con un chapoteo, a continuación, el macho lanza su carraca que sube poco a poco de intensidad; y , por fin, el clímax, con un sonido tubular, expelido por los orificios nasales a amnera de órgano. Y todo ello perpunteado por el reclamo de vuelo del buitrón.

Estalla una tormenta a lo lejos. El trueno estimula a un rascón, una voz martilleante que acaba en un gruñido regañante. La focha cornuda parece estornudar y da pie a la voz más genuina de las marismas; una nube de mosquitos zumba, amenazadora, y envuelve bajo su vuelo a todo aquello que se mueve.

El graznido de una garza imperial, que se aleja votando, pone punto final a este viaje entre el barro y el agua, entre el horizonte y el cielo.

Espacios Naturales Protegidos Andaluces
Junta de Andalucía. Consejería de Medio Ambiente

Grabación, montaje y textos: Carlos de Hita | Sonidos suplementarios: Eloïsa Matheu | ilustraciones: Carmen López


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