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Una Resurrección en sonidos: 58 Procesiones en la cripta de la Iglesia parroquial de San Pancracio

© Katherine Hunt

58 Procesiones es un trabajo que desarticula el sonido. En su instalación de Londres en 2008, los sonidos capturados en las calles de Sevilla durante la Semana Santa se escucharon en la lúgubre y oscura iglesia de San Pancracio situada en Euston Road. Las procesiones de la Semana Santa de Sevilla, donde se hicieron las grabaciones, son un ejemplo del ritual en su atractivo más sensual. El incienso se quema, las trompetas suenan y las figuras son llevadas sobre plataformas por encima de la multitud arrastrada por el frenesí. Trasladados a un nuevo escenario, significativo pero diferente al original, los sonidos desorientan al oyente e invitan a una atención especial de su contenido. ¿Qué significa sacar los sonidos fuera de su rico entorno?. ¿Qué efectos tiene esto en cómo son experimentados, especialmente en el nuevo contexto de la cripta de la iglesia de San Pancracio?

Sonido en el lugar

La cripta se asemeja a una cueva oscura, está conectada por cámaras y pasadizos llenos de moho. La humedad, que penetra en los huesos, hace que el lugar huela. El espacio está vacío, si no fuera por algunas lápidas conmemorativas deshechas y relieves difuminados. Estos fragmentos contienen los nombres de las personas cuyos restos estuvieron (y siguen permaneciendo) enterrados aquí, junto a palmeras y urnas; la iconografía de una muerte del siglo XIX. La iglesia fue consagrada en 1822 pero la cripta sólo se usó hasta 1854, año en el que se cerraron las criptas de la ciudad a los entierros y comenzó a utilizarse el nuevo cementerio de San Pancracio en su lugar. La cripta quedó vacía aunque fue utilizada como refugio en los bombardeos durante la Primera
y Segunda Guerra Mundial. Ahora se utiliza para exhibiciones de arte, pero no es una galería inerte. Resuena en sentido literal tanto por el eco de estas cámaras como por la carga de su propia historia.

Las procesiones se mueven invisiblemente a través de este espacio. Una tos dislocada, un susurro, un rumor, el arrastrar de los pies. El singular traqueteo, los murmullos en castellano. Unos pocos golpes en un suelo duro. De repente, el quejío de las trompetas y el redoble de los tambores irrumpen en un armonioso lamento, que es contenido pero siempre al borde del completo abandono.

Los sonidos de la Semana Santa evocan multitudes y movimiento lento pero intencionado. Nos presentan el ritmo de un ritual orquestado, pero con una dinámica imprevisible. Oímos a una masa de gente representada por el flujo menguante del sonido. Por encima de éste están las indicaciones de los principales protagonistas de las procesiones, las señales y los comentarios que se han estado practicando de manera casi inconsciente, pero que reaparecen fonéticamente dentro de estas grabaciones. Después está la música: la banda sonora oficial del ritual, podría decirse, pero que en realidad está siempre acompañada por lo ruidoso y lo accidental.

Los sonidos procedentes de la cripta se funden: más pies arrastrándose, pero también, a menor distancia, las sirenas y el tráfico exterior. Señales de teléfonos móviles que provienen tanto de la grabación como del momento en sí. Grabación y sonidos presentes se combinan.

Los sonidos de las procesiones sevillanas recorren el espacio. Paseando, te imaginas que la próxima cámara ha sido maravillosamente ampliada para acoger a toda esa gente, y que la procesión está pasando por allí. Los sonidos de este tipo de participación, ritual social – pero solo los sonidos – conspiran para hacer que te sientas como si la fiesta fuera en otro lugar, sin ti. Al igual que en las lápidas, separadas de las personas que las conmemoran, los sonidos son fantasmagóricamente incorpóreos.

Por supuesto hay algo fantasmal en los sonidos grabados: el hecho de registrar sonidos, que sólo pueden existir en el tiempo, y permitir que se puedan escuchar una y otra vez fuera del tiempo en el que se grabaron por primera vez. Los primeros dispositivos efectivos de grabación se inventaron en la segunda mitad del siglo XIX, y esta nueva capacidad para capturar el sonido estaba conectada especialmente a la fascinación de la época con la muerte. Jonathan Sterne señaló esto sobre la grabación de sonido:

Fue el producto de una cultura que había aprendido a enlatar y a embalsamar, a preservar los cuerpos de los muertos para que pudieran seguir desempeñando una función social después de la vida. La batalla trascendental del siglo XIX contra la descomposición ofreció una manera de explicar la grabación sonora. (Sterne2003:292)

 

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